Garito Fantasma

Llevaban dientes que no eran suyos. Como trofeos. Cosidos a las encías a mano. Y les gustaba sonreír.

Metió las agujas en las rosquillas. En las tontas y en las listas. Diminutas, certeras, maravillosas. Para cuando empezaran a sangrar ya sería demasiado tarde.

¿Quién era la persona que salía al lado de mi hermana en la foto del cumpleaños? No era ninguno de sus amigos, ni tenía la misma edad que nosotros... ¿Por qué estaba allí? ¿Cuándo se la llevó?

El Papa se encontraba a solas por primera vez desde que había sido elegido. Respiró tranquilo.

A su lado, corrió una leve brisa que no venía de ninguna parte. Había una figura sentada tras él.

-Ya tienes lo que querías. Ahora toca pagar-dijo la figura

El Papa cogió un cuchillo y se cortó un dedo.

Había algo debajo de la cama. Algo que susurraba por las noches y excitaba con sus palabras a la pareja que dormía encima. Follaban medio dormidos, cómo en trance. La criatura sabía que tarde o temprano ella se quedaría embarazada, y así, empezaria a poblar el mundo su progenie.

Adoptamos un perro. Le habían hecho daño. No sabíamos qué o quién, pero era evidente. Desconfiaba de los humanos, tenía ojos de miedo. La segunda noche escuchamos unos ruidos extraños en el salón. Al entrar vimos que se estaba golpeando la cabeza contra una puerta. Sangraba. Parecía contento.

El apagón hizo que nos separáramos del móvil y recuperáramos las costumbres olvidadas. Despertó el latido y a los viejos dioses, nos trajo de nuevo la sed y la piedra. Hoy entregamos a este niño al sol y a esta niña a la luna. Hoy. Poder y dominio. Comed. Comed de vuestros hijos.

Se miró las manos. ¿Eran suyas esas arrugas?
Miró a la esquina en la que estaba apoyado, junto a un bar cerrado, ¿quién le había llevado hasta ahí?
Después vino la chica, muy angustiada, llamándole "papá, papá".
¿Quién era aquella chica que le miraba asustada y tiraba de él para "volver a casa"?

Se dio la vuelta en la cama en medio de un sueño agitado. Estaba tan dormido que no pudo escuchar el sonido de un hueso quebrarse. Un pequeño hueso en la base de un pequeño cráneo que no resistió el peso del cuerpo que se vino sobre él. Se daría cuenta por la mañana, de momento dormía plácidamente.

Me gusta llevar otra cara cuando encuentro alguna cara disponible. Es un trabajo muy delicado, como un cirujano, pero al revés. Si sabes hacerlo bien puedes conseguir cualquier cara sin que los dueños se enteren. Siempre que puedas acercarte mientras duermes, claro.

No tenía ni idea de cómo había aparecido esa máscara en su casa. Aún así, por hacer un poco el tonto, se la puso. Cuando se la quitó parecía ser de noche... ¿Cuánto rato había pasado? Lo peor de todo no era la hora sino que la habitación estaba llena de manchas de sangre y vómitos.

Uf.

Un hombre adulto, sólo, mirando a la nada, sentado en el parque infantil. Murmura una nana, pero allí no hay nadie aún.

Sucedía siempre después de comer. Con la tripa hinchada, notaba como la piel se le iba desgarrado y su estómago desbordaba por fuera del tejido. Llevaba siempre camisetas anchas, para que no se notara que se estaba dando de sí. Pasaba días sin comer, hasta que ya no podía más y vuelta a empezar.

Se despertó. El cielo aún apuntaba la noche, pero salió de la cama y de ahí a la calle. Sonámbulo llegó a un after. Allí empezó a bailar compulsivamente, con tanta fuerza que se quebró los tobillos, se partió la cadera y los dedos. El guiñapo que era seguía intentando bailar cuando lo encontraron.

Se despertó en medio de la noche y se encontró a su marido sentado al borde de la cama, con su camiseta interior de tirantes y su pijama.

-¿Qué haces?

Sin mirarle, él respondió

-Aquí, con este señor que dice que ha venido a recogerme

En la oscuridad de la habitación, pareció formarse una figura.

Le daba tanto miedo el personaje de aquella serie que incluso temía hablar del miedo que le daba. Imaginaba que despertaría en medio de la noche y se lo encontraría esperando a los pies de su cama para llevársela como hacía con todas esas mujeres cada noche en la televisión.

El Señor Blanco está en el salón de tu casa. Está sentado en una silla de madera. No parpadea. Sólo te mira y sonrie con las encias ensangrentadas. El Señor Blanco no tiene prisa. Sabe que algún día lo verás. Sabe que no podrás dejar de mirarle cuando le veas. Esta ahí, en salón. Te está mirando.

Odiaba sus codos. Los odiaba. No era lo único que odiaba de su cuerpo, pero sí lo que más odiaba. Intentó limárselos con una lijadora automática, pero seguian igual de picudos. Pensó entonces que si se cortaba el brazo a la altura del codo, al menos, quedaría una forma más bonita.

Así, perfecto.

Toda la gente a su alrededor estaba triste, asi que él cazaba luciérnagas y se las metía dentro, para que brillarán.

"Un poco de magia", llamaba a aquello.

Usaba un cuchillo y a veces gritaban, pero él los veía brillar.

Sólo quería que fueran felices.

Había un monstruo en el armario. Cuando se apagaba la luz se deslizaba a la cama de los niños y les contaba cómo iba a ser su futuro. Muchas veces se despertaban chillando.

Nadie tuvo tiempo o espacio para leer la larga carta en la que pedía auxilio. Se dieron cuenta tarde, se les pasó haciendo scroll entre memes, avisos y notificaciones. Para entonces, la carta de auxilio era ya una nota de suicidio.

Los sitios con los que soñaba habitualmente empezaron a aparecer cerrados, abandonados, llenos de moho, cómo si sus sueños le estuvieran avisando de algo terrible. El problema era que al despertarse no se acordaba.

Se llevó al pájaro muerto al baño del colegio. Allí se tumbó y lo acunó con sus manos. Luego le empezó a echar el aliento. Se mordió el labio inferior hasta sangrar. Echo la sangre en el pico. Así, poco a poco, lo devolvió a la vida. Era casi casi el mismo pájaro, pero con otro apetito.

Ya somos 500. 500 personas para iniciar un culto, para hacer una ofrenda, para infectar el mundo. 500 almas que vender. 500 buenas intenciones que se echan a perder.

La casa ya era pequeña cuando la alquiló, quizás por eso no se dio cuenta al principio de que estaba encogiendo hasta que fue demasiado tarde.

El fantasma creía que cuando le olvidaran desaparecería, pero no era así. Ya nadie se acordaba de él y seguía allí, en esa casa, dónde los vivos a los que quiso ya habían muerto.

Lo que escuchaban los vivos en esa casa encantada eran sus gritos desesperados ante una no-vida eterna.

Cuándo vio entrar a la enfermera le extrañó.

-¿Otra vez? Ha estado una compañera tuya aquí hace diez minutos y me ha puesto la medicación.

Pero no era una enfermera la que había estado allí... Y tampoco le había puesto ninguna medicación. Era otra cosa lo que le había inyectado.

Había una vez una mancha en el techo que goteaba un líquido denso color granate. Había una vez un marido que subió al piso de arriba a comentar que esa asquerosidad estaba manchando el dormitorio de su casa. Había una vez una esposa esperando a que su marido bajara del piso de arriba... Sin éxito.

No había nadie detrás de las máscaras del baile de disfraces. Detrás de esas caras sonrientes había un hueco. Y en el hueco había un gran agujero negro con una luz tenue, como una estrella distante. Si recorrías el agujero hacia esa luz y llegabas al otro lado... Había una fiesta de disfraces.