La familia de Miguel Brayda pide proteger su obra en Puerta del Ángel: "No es solo un mural, es su memoria viva en el barrio"
La fachada del teatro El Montacargas, intervenida hace más de 30 años por el artista madrileño, corre el riesgo de desaparecer debido a los planes de la propiedad del edificio de repintar la fachada. Su hija, que no ha sido consultada hasta ahora por el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, solicita su conservación como símbolo del legado de su padre
La Comunidad de Madrid reclama al Ayuntamiento proteger el mural de Puerta del Ángel amenazado por unas obras
El legado artístico y cultural de Miguel Brayda es inmenso. Puede que alguna vez te hayas topado con una de sus obras sin saberlo o que esa fachada de tu calle en la que te fijas desde hace años al pasar sea una de sus creaciones. Posiblemente una de las más reconocibles es el mural del Montacargas, llamativo por sus colores y el contraste con los edificios que lo rodean. Se encuentra en Puerta del Ángel, en el número 19 de la calle Antillón, y para muchos de sus vecinos es todo un símbolo identificativo del barrio.
Laura, hija del artista Miguel Brayda, era un bebé cuando su padre pintó este mural en 1994. No recuerda nada de aquella época por razones obvias, pero tiene grabada a fuego la ilusión que suponía para ella y sus hermanos encontrarse cada vez que paseaban por su barrio con la obra que su padre había pintado. Ahora ya no vive en Puerta del Ángel y no lo ve con tanta frecuencia, pero es uno de esos lugares a los que todavía puede acudir para recordar a su padre, que falleció en 2016 con tan solo 54 años. Su padre fue un artista prolífico, que llevó su arte a lugares tan emblemáticos como el Circo Price o el Palacio de Longoria, donde pintó los frescos del techo.
Admirar la fachada del Montacargas y pasear por Puerta del Ángel es como revivir su infancia, durante la que vivió en La Nave, un edificio del barrio conocido por hospedar a artistas. Sin embargo, puede que ese mural al que Laura acude para recordar a su padre deje de existir. A finales de junio, la familia de Brayda recibió la noticia de que el mural del Montacargas corría peligro: “Nos avisaron de que iban a hacer obras en el edificio y tenían que pintar la fachada”. A Laura se le encogió el corazón al pensar que esa parte de su padre podría desaparecer.
Hace ya unos años, poco después de la pandemia, los nuevos responsables del espacio, Nieves Villar y Diego Quejido, se pusieron en contacto con ella y sus hermanos, también artistas de formación. Les transmitieron su interés por mantener el mural que su padre había pintado hace más de tres décadas, considerándolo un símbolo importante tanto del edificio como del propio barrio.En aquel primer contacto, les propusieron la posibilidad de restaurarlo, ya que la pintura estaba visiblemente deteriorada por el paso del tiempo. Aunque la conversación no avanzó en ese momento, sí sentaron las bases para una futura restauración.
Comparativa del antes (izquierda) y después (derecha) de la fachada de la calle Antillón 19
El pasado mes de junio, unas semanas antes de que se hiciera pública la amenaza de repintado, el equipo volvió a escribirles. Les informaron de que la fachada requería algunas reparaciones y que, una vez completadas, podrían valorar restaurar el mural. La idea era tapar algunas grietas o imperfecciones inevitables por las obras y después recuperar el color y la vitalidad originales de la pintura. Laura y sus hermanos aceptaron encantados y quedaron a la espera de nuevas noticias.
Pero la situación cambió de forma repentina: “La fachada iba a ser pintada íntegramente de blanco al día siguiente”. El andamio ya estaba colocado y la propiedad no había avisado con antelación de esta destrucción inminente. Para Laura y sus hermanos fue un golpe inesperado, que además se produce en vísperas del noveno aniversario de la muerte de su padre. Para ella y su familia, “no es solo un mural, es su memoria viva en el barrio”.
Según explica a este periódico Nieves Villar, socia fundadora del Nuevo Montacargas, desconocen “qué intenciones tiene el propietario y qué tiene que arreglar después de recibir el informe técnico del arquitecto que llevó a cabo a la inspección del edificio”. Villar señala que todo apunta a que ese informe resultó desfavorable y “ahora queda ver y esperar que las zonas que necesitan reparación sean solamente puntuales”. Laura reconoce que ver desaparecer las huellas físicas de su padre —como el mural— es sentir cómo su presencia se desvanece poco a poco.
Proteger su obra para preservar su memoria
Sobre el proceso de protección institucional, Laura lamenta que, hasta ahora, ni el Ayuntamiento ni la Comunidad de Madrid se hayan puesto en contacto con ellos. Aunque la Comunidad sí actuó paralizando la obra de repintado, no han recibido ninguna propuesta oficial del Consistorio para proteger el mural o incluirlo en el catálogo de bienes y espacios protegidos. De hecho, fue gracias a la movilización de la Asociación Madrid Ciudadanía y Patrimonio y de personas como Nieves que la familia se enteró de lo que estaba ocurriendo. Ella misma ha sido su principal enlace con lo que está sucediendo. Somos Madrid se ha puesto en contacto con el Ayuntamiento y el área de Urbanismo para conocer sus planes sobre el mural, sin obtener respuesta.
Laura admite que hasta ahora no se les había ocurrido mover nada por iniciativa propia para proteger la obra. Para ellos tiene un valor emocional inmenso, pero no saben si ese valor era compartido por el resto de madrileños. Sin embargo, tras compartir en redes sociales lo que estaba pasando, recibieron una avalancha de mensajes de vecinos que reconocían la obra y expresaban su cariño por ella, muchos sin saber que era obra de su padre.
Cuando falleció Miguel Brayda, Laura y sus hermanos se encontraron de pronto con la difícil tarea de gestionar todo el legado artístico que él había dejado atrás. Pintor incansable, Miguel acumuló una enorme cantidad de obras, muchas de las cuales jamás expuso ni movió de su taller, simplemente porque encontraba más satisfacción en pintar que en promocionar su obra.
Aunque tuvo una etapa activa de exposiciones, sus últimos años estuvieron dedicados sobre todo al diseño escenográfico, especialmente en el Circo Price. Su carrera, muy ligada a la vida cultural de Madrid, fue extensa, pero poco mediática. Después de su muerte, su familia quedó algo colapsada ante la magnitud del trabajo pendiente y la falta de herramientas para proteger y preservar su obra. Laura confiesa que, durante años, sintió una mezcla de culpa y dolor por no saber cómo actuar, por no conocer los recursos disponibles para poner en valor su legado. Cuando estalló la noticia del Montacargas volvió a surgir esa sensación de impotencia. “Por un lado, sentía que no tenía derecho a protestar, pero es imposible no reaccionar ante la idea de que la obra de mi padre desaparezca”, cuenta.
De producirse, la inclusión de la fachada en el catálogo de bienes y espacios protegidos supondría un compromiso por parte del Gobierno municipal con la preservación del inmueble que frenaría la destrucción del mural y, además, evitaría que vuelva a correr peligro. Por su parte, Laura espera que el conflicto pueda solucionarse de la mejor manera posible para poder seguir preservando el legado de su padre, que vive en la mirada de quienes pasan a diario por la calle Antillón y reconocen, en esa fachada, parte de su historia compartida.
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