𝓛𝓮𝓸𝓷𝓽𝓲𝓷𝓮 𝓡.

escapó un sollozo, uno de verdad.

Dolía.

Dolía, y lo hacía demasiado. Más que otras veces, lo que acabó asustando a Hyacinth.

Cuando llegó a su habitación, tan solo lloró hundida entre las sábanas, aferrándose a ellas como si fuera el único ancla con el que contaba.

restos del vestido cubriéndose como pudo con ellos, y sin darle una segunda mirada, se alejó de allí con la misma cautela de un felino escabulléndose por la ventana de una casa: ágil, silenciosa.

Solo cuando estuvo a mitad de camino, adentrándose de vuelta al castillo por la puerta de atrás, se le

expresión.

— De verdad que eres un auténtico capullo—respondió en un hilo amargo de voz.

Quiso añadir algo más, pero acalló antes de hacerlo.

Era lo de siempre. Su corazón siendo estrujado y apretado hasta que las lágrimas descendieran por su rostro, pero no sería delante de él.

Recogió los

haber, fue cosquilleado por el desliz delicado de algunos de sus finos y dorados mechones cuando descendió su rostro hasta clavar sus celestes en los pies de ambos.

Era absurdo.

Apenas dejó escapar una risa corta, susurrante que podría confundirse con un sollozo. La incredulidad brillando en su

por otro, cortaba con violencia cualquier atadura, cualquier vínculo que ella pudiera haber sentido —o ya sentía—.

Solo sexo. Como si Hyacinth supiera algo de eso hasta ese momento.

Encogió sus hombros en un gesto retraído, quizás temeroso, y su piel marcada de todas las formas habidas y por

como agua helada, las que hicieron que el calor, esa calidez que había sentido cuando estaba en sus brazos pese a la brusquedad con la que la había tomado, se desvaneciera como la lluvia limpiaba la suciedad.

Por un lado decía que lo haría todas las noches y las veces que quisiera, sin embargo,

en la corteza del árbol contra el que había estado, y el dolor de su cuerpo la hizo estremecerse.

Clavó sus uñas en la madera del tronco, y sus celestes no se alejaron de las esmeraldas del Comandante, igual de afectado que ella, —o al menos eso quería creer—, más fueron sus palabras, tan frías

cuerpo cerca del suyo…Su corazón latió feroz, y quizás fue por ello que, en el momento en que sus pies tocaron tierra, también lo hizo su interior.

Lo que quedaba de su vestido —hecho jirones a causa de Elthan— descendió como una delicada cortina hasta el suelo. Su espalda necesitó apoyarse

recorrida por el sudor, o esa mirada, esa maldita mirada que hacía que se sintiera especial y única.

Fue cuando se encontró con esos ojos vidriosos y verdes, que la realidad la sacudió con evidencia. Su rostro extenuado, sus cabellos húmedos cayendo como lluvia sobre sus hombros tostados; su

gemidos entre mordidas y quebrados jadeos contra la pálida piel de porcelana de Hyacinth, ahora marcada en cada pequeño e ínfimo lugar; cuello, clavícula, pecho…

Su corazón se había acelerado demasiadas veces, latía frenético contra su pecho cada que recordaba sus ojos esmeralda, esa piel tostada

El sudor perlaba su piel, arrancándole destellos de plata bajo la caricia fría de la luna, testigo mudo de lo que el manto de las hojas del árbol había ocultado en aquella nocturnidad festiva. Por un momento solo se escuchaban sus respiraciones, o la forma en la que Elthan reprimió los últimos

entrecortada y pesadamente, posó su frente contra su hombro, intentando recuperar la compostura de alguna manera, siendo sus mechones rubios los que cayeron con delicadeza sobre la piel del Comandante que, con inquina —o absoluta necesidad— , Hyacinth había marcado con sus dientes.

sacudiéndolo sin piedad. Su respiración se atascó en sus pulmones, se ahogó en su cuello y no pudo evitar que un pequeño gemido fuera enterrado allí, no demasiado alto, fue casi un sollozo.

— Elthan…—masculló.

Un murmullo imperceptible.

Después solo se emborronó su vista, y respirando

a parar a su espalda y se clavaron allí, las uñas desgarraron la piel de la zona dejando marcas rojizas e hinchadas al tiempo que se aferraba a él con desesperación, pues había perdido toda la fuerza que tenía, y era su único punto de anclaje mientras la intensa liberación poseía su cuerpo,

hacerlo, pues dudaba poder quedarse en silencio por más tiempo. Sin embargo, ese placer explotó malicioso en su interior.

Ahogó el grito cuando se inclinó hacia delante y clavó sus dientes en el cuello de Elthan. Fue una sacudida que hizo que su cuerpo temblara violentamente, sus manos fueron

enterrados en la boca de Elthan, pero esa tortuosa y brusca danza continuó sin bajar la velocidad, es más, parecía aumentar la de las estocadas, de cómo la poseía por completo y hacía suyo su interior. Su mano tiraba desesperada de sus mechones, y sus caderas temblaron, buscando liberarse y no

Su espalda se curvó y doblegó contra el tronco del árbol con cada violenta embestida, y Hyacinth apenas podía articular una queja o palabra sin emitir un gemido. También lo había escuchado; pasos muy cerca, juraría que quien fuese podría estar justo al otro lado del árbol.

Sus gemidos quedaron

llevarlos a ambos a la misma locura.

La hacía temblar, encogerse en esas oleadas placenteras que la sacudían y agitaban sin piedad. Cuando se detenía en su interior, ella apretaba sus piernas alrededor de su cintura para obligarlo a sentirla, y para que Hyacinth jamás tuviera que dejar de hacerlo.

hacer que sangraran mientras sus caderas lo reclamaban como suyo una y otra vez, torturándolo como él también lo estaba haciendo con ella.

— No hagas 𝐭𝐮́ tanto ruido—. respondió en un susurro antes de volver a atrapar su boca y danzar con brusquedad en esa lucha por dominar, o quizás por

acallar su voz y que no alcanzase los oídos de ningún curioso o algún comensal que saliera a tomarse un respiro.

No. Ninguno de los dos quería eso.

Así que en el momento en que las palabras de Elthan pusieron voz a sus pensamientos, ella lo castigó al inclinarse para buscar sus labios y morderlos,

con la luz de la luna filtrándose sutil entre las hojas.

La mano en su cabello se enterró más, ejerciendo presión en Elthan para apretarlo contra sí, como si quisiera que el Comandante se fundiera por completo con ella.

Se mordió la lengua; el interior de su boca, su labio, en un intento por

arqueando la espalda, atrapada entre el dolor y el placer que luchaban con fiereza por dominarla.

La parte trasera de su cabeza golpeaba con insistencia la corteza del árbol, y Hyacinth sentía cómo se deshacía entera en el vértigo de aquellas embestidas, alzando sus celestes hasta encontrarse

Sus dedos se enredaron entre los mechones castaños de Elthan cuando lo sintió contra su pecho, tirando de ellos mientras intentaba contener los gemidos que se le escapaban de la garganta. Todo su cuerpo vibró en el instante en que la brutalidad con la que se hundió en ella la obligó a doblegarse,

casi marcando un dominio que sabía que pendía de un hilo, aumentó la velocidad de sus caderas contra las de él. Sin piedad, con fuerza, como si quisiera vengarse o dejar a Elthan sin aliento.

apoyada y encajaba mucho mejor sus cuerpos haciéndola echar su cabeza y espalda hacia atrás—...que no vuelva a ver a otra fulana alrededor de ti, ¿me escuchas?

Apretó la mano en sus cabellos, tirando con más fuerza de la debida casi como una sanción, una advertencia, o un castigo.

Fue cuando ella,

porque no se interesó por nadie más en el tiempo que había pasado desde que se trasladó a Zleekra y adoptó el mismo apellido. Porque su interior aún quemaba cuando recordaba a otras muchachas que había visto rondándole.

— Entonces…—gemía mientras se deslizó un poco sobre el tronco en el que estaba

lo atraía a su cuerpo.

Aquellos celestes destellaban anhelantes, con deseo, y lo contemplaban como si él fuera lo único que estaría dispuesta a ver durante la misma eternidad.

Era suya, lo había sido desde el primer momento aunque ella no lo dijera en voz alta. Porque Hyacinth había esperado,

cuerpo quedó completamente expuesto a sus movimientos, a su cadera recibiendo sus embestidas como una danza entre ambos, sus pechos meciéndose con suavidad por simple inercia. Sus manos lo reclamaron al posarse sobre su espalda, y sus uñas casi parecían querer desgarrar la prenda al tiempo que

su piel como Elthan lo había hecho antes con ella.

Su posesión resonó en eco en sus oídos y Hyacinth mordió su labio inferior al tiempo que ella, acomodándose mucho mejor a él, empezaba a mecerse con intención. Se echó hacia atrás, y apoyó por completo su espalda en la corteza del árbol. Su

con su pezón, haciéndola convulsionar en temblores que remarcaban cada curva de su cuerpo.

— Joder…—susurró en un matiz agudo, jadeante contra él.

Deslizó sus labios por su mejilla, mandíbula y barbilla hasta hundirse en su cuello, mordiendo con fuerza allí, prácticamente como si arrancara